CRISTINA FRADE
Corresponsal
LONDRES.- El magistrado británico
Ronald Bartle autorizó ayer la extradición de Augusto Pinochet
por los 35 cargos de tortura y conspiración para la tortura de
los que lo acusa el juez Baltasar Garzón, tras rechazar uno a
uno todos los alegatos presentados durante la vista por los
abogados del ex dictador chileno.
Su entrega a España depende
todavía de los recursos contra el fallo que presente la defensa
-dispone de 15 días para plantear el primero- y de una resolución
final del ministro británico del Interior, Jack Straw.
Entretanto, el general permanecerá
bajo arresto domiciliario en la residencia que ocupa desde hace
meses en una urbanización de lujo en las afueras de Londres.
La sentencia de Bartle provocó
un clamor de júbilo del centenar de exiliados chilenos que se
habían apostado frente al juzgado londinense de Bow Street.
Los partidarios del general,
representados en otras ocasiones por un nutrido contingente,
brillaban por su ausencia en la calle, un detalle que sus
opositores no pasaron por alto. «¿Dónde están, dónde están
esos fascistas que te iban a salvar?», gritaba la muchedumbre.
A las 11 horas de Londres, una
hora más en la Península, el magistrado Bartle entró en la
sala uno del juzgado con los 12 folios de su fallo en la mano.
Frente a él, acomodada tras los abogados de la defensa, sí había
una pequeña delegación de políticos chilenos afines a
Pinochet encabezada por el senador Marco Cariola y la diputada
María Angélica Christi.
Bartle fue desmontando punto por
punto los argumentos de la defensa. Así, rechazó que tuviera
que limitarse a considerar el mismo material examinado por el
ministro del Interior cuando dio vía libre al proceso de
extradición tras la sentencia de los Lores, relativo sólo a un
cargo genérico de conspiración para la tortura y a otro de
tortura, posteriores a diciembre de 1988.
El magistrado aseguró que el
material añadido después por Garzón -33 cargos de tortura más,
con nombres y apellidos de las víctimas- constituye «un
suplemento y una amplificación de la conducta por la que se
acusa al senador». A su entender, el hecho de que Straw no
necesitara tenerlo en cuenta para adoptar una decisión no
significa que los tribunales tengan que privarse de examinarlo.
En su dictamen, Bartle echó
también por tierra el alegato de que la solicitud de extradición
no satisface el principio de la «doble criminalidad», esto es,
que los cargos imputados sean delitos castigados con más de 12
meses de prisión tanto en el país que pide la extradición
como en el que la otorga.
Haciéndose eco del fallo de los
Lores, el magistrado admitió que la Convención contra la
Tortura es de «aplicación universal» y que en el Reino Unido
bastaría un solo acto de tortura para justificar un
procesamiento.
Respecto a la tipificación de
los delitos en España, el magistrado preguntó: «¿Podría yo,
un juez sin conocimiento particular, o francamente, sin ningún
conocimiento de la ley española, desafiar los dictámenes de
los jueces de la Audiencia Nacional sobre la ley de su propio país?
No lo creo».
Supuesta inmunidad
Bartle rechazó igualmente la
supuesta inmunidad de Pinochet, remitiéndose de nuevo a la
sentencia de los Lores, y añadió que había considerado también
la información relativa a la presunta conspiración para la
tortura anterior a diciembre de 1988, «dado que la conspiración
es un delito continuado».
A él, recordó, no le conciernen
«las pruebas de los hechos, las posibilidades de otros hechos
relevantes ni la emergencia de una defensa. Si las
desapariciones constituyen tortura, si el efecto sobre las
familias de los desaparecidos equivale a tortura mental, si ésta
era o no la intención del régimen del senador Pinochet es una
cuestión que sólo compete al tribunal que lo juzgue».
Antes de anunciar su fallo, el
magistrado quiso hacer algunas consideraciones preliminares «debido
a la enorme atención pública que este caso ha recibido tanto
en este país como en el extranjero, así como a las emociones,
incluso pasiones, que ha suscitado».
Citando a Lord Browne-Wilkinson,
uno de los jueces de la Cámara de los Lores que denegaron la
inmunidad al ex dictador, Bartle explicó que «para aquéllos
con convicciones políticas de izquierda, el senador es el
arquetipo del demonio; los de derechas lo consideran el salvador
de Chile. Aunque otros perciban nuestra tarea como una toma de
partido en función de preferencias personales o inclinaciones
políticas, eso es un total error».
El magistrado recordó la
naturaleza del procedimiento judicial británico e hizo especial
hincapié en que su función no consistía en entrar en el fondo
de los hechos: «Aunque decida que la solicitud [de extradición]
de España debe ser satisfecha, eso no debe interpretarse como
una indicación de que me he formado una opinión sobre su
culpabilidad o inocencia».
Bartle no pudo evitar un gesto
ligeramente despectivo cuando Clive Nicholls, el abogado de
Pinochet, tomó la palabra para leer un comunicado de su cliente
en el que se declaraba víctima de una persecución política y
de que Garzón no ha presentado pruebas contra él. Alun Jones,
el letrado de la Fiscalía, que representa a España en la
causa, prefirió no contestar, alegando que «ya hay demasiadas
voces estridentes en este caso».
Aunque Jones se refería a
algunas de las alegaciones de su colega, a la sala llegaban ya
los gritos de júbilo de los antipinochetistas, que acababan de
enterarse del fallo. Gritos que se tornaronde odio cuando un
grupo de políticos y amigos del ex dictador salió del juzgado:
«Asesinos, asesinos». La policía tuvo que escoltarlos hasta
una furgoneta aparcada cerca del edificio.
La sentencia del magistrado de
Bow Street, como él mismo apuntó, puede ser recurrida en el
Alto Tribunal británico y, posteriormente, si éste lo permite,
en la Cámara de los Lores. La decisión final recaerá en el
ministro de Interior, Jack Straw, quien puede tomar en
consideración factores extrajudiciales, como las razones
humanitarias, para denegar la extradición a España